París
París. 18 de noviembre.
Ángela:
No sé ni cómo empezar. Estoy abrumado. Ni una sola noticia tuya. No sé qué pensar ni a qué atribuirlo. Nunca en mi vida me he sentido más solo. Cada día con ilusión renovada me imagino que voy a recibir alguna carta tuya; y cada día es la misma decepción: nada, nada. Yo no sé si te puedes imaginar lo que esto significa para mí que estoy tan lejos de todo cariño. Yo no quiero imaginarme siquiera que es porque hayas dejado de quererme, pero no puedo explicarme si queriéndome tienes la crueldad de abandonarme de este modo. ¿Qué te costaba una palabra que fuera, si sabes que sería suficiente para calmar mi angustia? Ya no tengo humor para nada, ya no tengo valor. Los días son tan pesados y tan largos. No puedo ni siquiera estudiar, ¿con qué dinero? Estoy en un estado de incertidumbre atroz. Ya quisiera estar en el mar, no importa entre cuántos peligros, pero ya en camino hacia ti. Casi todas las tardes me vengo a mi cuarto desde las cuatro de la tarde y ya no salgo hasta el día siguiente, y sólo para ir a ver si tengo cartas. La de Rosaura [Revueltas] no ha venido aún. No han contestado los telegramas que ha puesto el Coronel Tejeda pidiendo dinero para mi regreso. Es increíble lo que pasa. El mismo [José] Mancisidor ha telegrafiado ayer pidiendo dinero, y hoy ha tenido contestación de que ya se lo envían. Pero para mí nada. He querido telegrafiarte, pero eso significa doscientos francos y no me es posible. ¿Qué te pasa, mi vida? Hace unos días te escribí una carta que después de haberla leído no te quise mandar. ¿Cómo estaría? Me pareció cruel, y mala, pero es que estaba tan desesperado que ya no podía más. Pero ¿qué quieres que piense? No me puedo imaginar que no puedas escribir aunque sea una vez a la semana. Tal vez sea demasiado lo que pi-
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