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TRANSCRIPCIÓN
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París, 21 de julio [en realidad, octubre]
París, 21 de julio [en realidad, octubre]. 1937.
Cuán desesperante es la fuga del tiempo en estas ciudades tumultuosas. Pasan las horas y los días velozmente como el agua de un torrente y quisiera uno aprisionarlas para retener las sensaciones y fortalecer los recuerdos, para concentrarse, para pensar. Es en vano. Los acontecimientos se empujan, se tropiezan, van de un lado para otro como una multitud perseguida, anhelante. La alegría, el dolor, el amor, todas las emociones y los sentimientos pasan como en un vuelo angustiado, inquieto, un vuelo que temiera no llegar nunca, desflorando apenas la risa, la ternura, la indignación, el deseo. Nada se fija definitivamente. Cada cosa es asaltada por la otra. Cada minuto se echa encima del siguiente sin miramientos. El viento frío del otoño lleva a las hojas y a los hombres aguadamente. En las estaciones del metro las gentes se aprietan, corren presurosas, bajan y suben incansables escaleras y más escaleras bajo túneles interminables. Parece un río negro que habla, que grita, que se amontona lleno de preocupaciones, de intereses, de penas. A veces una pareja se besa precipitadamente, ansiosamente como si se prepararan para un largo viaje. Viaje de todas las horas del día, en lugares lejanos de la ciudad, en sus respectivos trabajos. Despedidas, llegadas con el cansancio entumecido, sordo, indiferente ya al descanso; ávido de un poco de placer fugaz, de un poco de risa, de vicio o de olvido sin sueño, hiperestesiado de alcohol, de amor, de drogas. Infatigable latir de la vida, obsesionante, temeroso, ululante como un grito despavorido, como un grito de manos extendidas en un anhelo imposible, manos rabiosas, ávidas, lujuriosas, avaras; manos inquietantes y dolorosas empeñadas en retener la vida que se escapa, que no da reposo ni cuartel.
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