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TRANSCRIPCIÓN
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París, 14 de julio
París, 14 de julio.
Mi amor:
Las dos de la tarde. Acabo en este momento de regresar de uno --el primero-- de mis más bellos paseos. Los compañeros quisieron ir al desfile militar y yo opté por separarme e ir solo a caminar por las calles. Yo necesito de la soledad como del aire; mi pensamiento se desenvuelve sin trabas y mi silencio se nutre con las observaciones sin comentarios; un compañero imaginario va siempre conmigo --en este caso, y todos, tú--, y mi voz interior no cesa de dirigirse a él, comunicándole todo. Se puede seguir cualquier camino sin consultar; se puede obrar con libertad, y se aprende mucho. Las discusiones que se suscitan en compañía borran el paisaje y ya no quedan en su lugar sino las opiniones. Cada quien ve las gentes y el paisaje a su manera, va por rumbos distintos y sigue el rumbo de su deseo o de su interés. La soledad, cuando se lleva una compañía interior, es de las cosas más bellas y silenciosas de la tierra. Es un silencio dulce, cálido, hecho del espíritu y la carne de las cosas y los seres que amamos. ¡Cuántas veces se me ha criticado mi deseo de soledad! No saben que es mi mejor escuela. Sólo cuando no quiero pensar busco la compañía de las gentes. Así pues, me he puesto a caminar. He caminado tres horas. He seguido el boulevard Saint Germain, que está aquí a dos pasos. Los grandes bulevares son como ríos. Desembocan en ellos las pequeñas calles. Calles deliciosas y llenas de encanto. Viejas, angostas, de un color de tiempo remoto. Cada callejuela abre una perspectiva de pasado y viene con su caudal a la calle ancha, al bulevar. Los bulevares se hinchan de gente, se hacen tumultuosos y alegres, y van a su vez a desembocar a alguna gran plaza. Este de Saint Germain desemboca en la Concordia.
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