París, 12 de julio.
Estas cartas, mi amor, parecen convertirse en un diario de viaje. Espero que tengas la benevolencia de no aburrirte demasiado. Se aburre uno tan fácilmente... Y probablemente tú encuentres algo menos cansado en qué distraerte. Quizá. De cualquier modo, es preferible que estés contenta. Es tan fácil cuando se es joven...
Después de que te escribí esta mañana, al poco rato regresó [José] Chávez Morado. Nada. Ni una letra. Ni una noticia. Él dice que siente un poco de consuelo de que tampoco he recibido nada. Es también mi consuelo. Como ves es bien pobre y triste este consuelo de los dos. Adelante. Hemos ido a comer. Ya nos estamos empezando a acostumbrar a estas comidas francesas que son todo un compendio de saber culinario. Para nuestro gusto salvaje es tal vez demasiado complicado y elaborado. Aquí se come como si se tratara de un rito físico-religioso. El menú es todo un problema gastronómico. Hay que prepararse a bien comer, como si se fuera a hacer el amor. Con hambre, con pasión, con ternura, pero contenidamente, sin violencia, sin prisas; saboreando con lentitud cada cosa; hasta los movimientos más sencillos, hasta penetrar en el sentido más recóndito de la vista y del gusto. Hay que comer relativamente poco, pero variadamente. Depende además de la consistencia del bolsillo. A más dinero más exquisitez, pero no mayor abundancia. Metódicamente. Sin impaciencias de mal gusto. (Sin embargo, todavía prefiero las rajas de mi tierra; y en amor las carnes morenas de nuestras mujeres --las tuyas). Con todas estas cosas voy a llegar muy cambiado a México. Que sea para bien. Quizá sea para mal...
En este momento llegó Juan de la Cabada con otro